En el tapiz de la vida, hay estaciones de abundancia, donde las bendiciones desbordan como un río en primavera. Sin embargo, también hay estaciones de sequía, donde el suelo se agrieta bajo el sol abrasador y la esperanza parece marchitarse. Es en estas estaciones secas donde a menudo nos sentimos desconectados, preguntándonos dónde está Dios en medio del paisaje árido de nuestras vidas.
Pero recordemos esta poderosa verdad: Dios es el maestro jardinero que puede tomar incluso las estaciones más secas y organizarlas para que sigan produciendo frutos. Así como una vid extrae su sustento de las raíces, también estamos llamados a permanecer conectados a la verdadera fuente de vida: Dios mismo.
En el libro de Juan, Jesús declara: "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15:5, NVI). Esta declaración profunda contiene la clave para entender nuestro papel en la producción de frutos, incluso en medio de las estaciones más secas de la vida.
Cuando permanecemos en Cristo, reconocemos que no somos la fuente de vida o de fructificación. Más bien, somos ramas dependientes, que obtienen su fuerza y vitalidad de la vid. Es a través de esta conexión íntima con Dios que encontramos el alimento necesario para producir frutos, frutos que perduran incluso en los tiempos más áridos.
En nuestra fragilidad humana, podemos ser tentados a depender de nuestros propios esfuerzos, creyendo que nuestras habilidades y recursos son suficientes para sustentarnos. Sin embargo, la realidad es que apartados de Dios, nuestros esfuerzos son vanos, como una rama separada de la vid. Solo cuando entregamos nuestra autosuficiencia y depositamos nuestra confianza plenamente en Dios, podemos experimentar la verdadera abundancia que él ofrece.
El profeta Jeremías captura esta verdad de manera hermosa cuando escribe: "Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto" (Jeremías 17:7-8, NVI).
Incluso en las estaciones más secas de la vida, cuando las circunstancias parecen sombrías y la desesperación amenaza con consumirnos, podemos encontrar consuelo en saber que Dios sigue trabajando. Él es el fiel jardinero que cuida el suelo de nuestros corazones, cultivando resistencia y perseverancia. Y mientras permanecemos conectados a él, seguiremos dando frutos, no por nuestra propia fuerza o esfuerzos, sino debido a su abundante gracia y amor.
Así que abracemos la verdad de que Dios es la fuente de toda fructificación, incluso en medio de las estaciones más secas. Al permanecer en él, recordemos que nuestro papel es simplemente permanecer conectados, confiando en su provisión y permitiendo que su Espíritu vivificante fluya a través de nosotros. Y al hacerlo, seamos testigos del trabajo milagroso de Dios, quien hace brotar frutos en los lugares y momentos más inesperados.
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